Para aquellos niños que crecieron modelando plastilina, jugando a las construcciones con juguetes como LEGO o recreando historias con muñecos como los Madelmanes o los Clics, existe hoy un tipo de arte que les permite seguir jugando a la vez que producir obras cada vez más reconocidas: el Stop-Motion.
Técnicamente, el Stop-Motion es un procedimiento de animación audiovisual que consiste en dar vida a objetos reales mediante imágenes tomadas una a una. No es una filmación pues en ésta hay un soporte que discurre tomando varias imágenes seguidas. Dentro de la animación no es tampoco un dibujo animado (pues en éste sólo existen estampas en dos dimensiones), ni creación por ordenador (pues el stop-motion se compone de fotografías reales).
Es algo tan sencillo como montar una escena en miniatura o maqueta y fotografiarla, modificarla levemente y volverla a fotografiar y así sucesivamente, hasta que la serie de imágenes cobre entidad como secuencia. Realmente es lo que todos los niños hemos hecho al jugar con objetos a los que dábamos vida, con la única diferencia de que no grabábamos cada movimiento. Al montar un fuerte de indios y vaqueros, recrear poblados de muñequitos o construir casitas con piezas de molde estábamos creando una historia, por no hablar de los personajes de plastilina a los que todos hemos puesto ojos, narices… o los maravillosos monstruos que todos hemos inventado a partir de materiales maleables.
En estos días puede verse en Valencia una exposición fascinante titulada “STOP-MOTION, DON´T STOP” sobre tres creadores valencianos ya consagrados en este arte: Pablo Llorens, Sam Ortí y Javier Tostado. En esta muestra se comprende que las técnicas aplicables al Stop-Motion pueden ser muy variadas, y que todas tienen validez pues la simplicidad o el infantilismo –más aparente que real- no es un defecto sino un encanto más de la obra. No hablamos de un arte menor, pues ya se incorpora este modo de animación en los certámenes más importantes (así, Pablo Llorens ya goza de dos premios Goya en 1995 y 2005 con sus producciones “Caracol, col, col” y “El enigma del chico croqueta”).
La proyección actual de esta técnica ha propiciado el que se reivindiquen también antiguos creadores de hace más de cien años como es el español Segundo de Chomón (por ejemplo, “La casa encantada”, 1906). De igual manera, el stop-motion permite reutilizar contenidos clásicos pero bajo nuevo formato; es el caso de personajes de cómic, cuentos antiguos, etc. Las fuentes de inspiración son inagotables, como también lo son los materiales utilizables, desde la maqueta a la plastilina, del uso de cajas de madera a los muñecos de juguete, del cartón a las piezas de construcciones, mecanos; ello ha causado el que muchos creativos desempolvaran la caja donde guardaban sus figuritas de juguete, sus fichas, aquellos objetos absurdos que no tenían sentido para nadie más, y hayan empezado a componer estudios de imagen artesanales donde se pasan horas y horas componiendo historias.
Que nadie se engañe: el stop-motion, pese a estar basado en la genialidad del espíritu infantil, es algo muy serio: son precisas unas 24 horas para obtener 5 segundos de metraje; el mercado publicitario ha descubierto el tremendo potencial económico de esta técnica y artistas mundialmente reconocidos como Art Clockey (desde los años 50 con su personaje Gumby) o actuales como Tim Burton la utilizan.
Se trata, simplemente, de que la fantasía, la imaginación y el talento han encontrado una forma de llegar al público sin que sus artistas renuncien a seguir disfrutando como niños, y en la que los juguetes son reconocidos en toda su dignidad.