heidiSeamos sinceros: Heidi no era un cuento popular hasta hace pocas décadas. Parecía más ligado al mundo literario que al infantil; más propio de ser leído que contado. Si hoy es un relato conocido por todos, se debe fundamentalmente a la serie japonesa de dibujos animados que, en los años 70, llenó nuestros hogares con la historia entrañable de una niña enamorada de sus montañas y de su pequeño mundo: su abuelo, Pedro, su perro Niebla…

   Disney no reparó en ella para un largometraje de animación. Sólo Hollywood la usó como pretexto para lucimiento de Shirley Temple en una película poco relevante. Hubo que esperar a 1994 para que Disney le dedicara una producción con actores para la pequeña pantalla, con la única intervención destacable de Jane Seymour como Señorita Rottenmeyer.

   La explicación de que Heidi no haya estado tradicionalmente entre los cuentos de masas es sencilla: se trata de un “cuento de autor”, invención de la escritora suiza Johanna Spyri, lo que la incluye en el mismo grupo de otros cuentos como el Peter Pan de Barry o la Alicia de Carroll, y lo diferencia de las colecciones populares como las de los hermanos Grimm (La Casita de Chocolate) o de Perrault (Caperucita Roja). Los cuentos de autor pueden pasar muchos años desapercibidos hasta que les llega el momento de pasar de ser un clásico local o nacional al reconocimiento general.

   HeidihausLo que sí podemos decir es que Heidi reúne los tres requisitos por los cuales estaba destinada a ser un cuento de referencia en los tiempos actuales: tiene un valor literario, un valor emocional y un valor moral.

   El valor literario fue el primero en ser reconocido. En Suiza, patria de la autora, el relato es famoso casi desde su creación. Al primer libro Heidi, de 1880, le siguió De nuevo Heidi al año siguiente, y desde 1885 fueron editados conjuntamente. Johanna ya era una escritora destacada. Había nacido el 12 de Junio de 1827 en Hirzel, una aldea cercana a Zurich muy parecida a la del paisaje del cuento. Hasta los cuarenta años de edad no empezó a escribir seriamente, pero cuando se decidió a ello pudo demostrar la amplia calidad que había atesorado durante años gracias a su formación como maestra, sus estudios musicales y su profunda Spyricapacidad de introspección. Spyri, sin embargo, no figuraba en las listas de escritores europeos más relevantes, quizá por la propia discreción de su país, Suiza.

   El valor emocional es esencial para hacer que una obra del espíritu tienda siempre a expandirse. Sin él, acaba pareciendo poco auténtica y tarde o temprano decae. En el caso de Heidi, hay muchísimo de experiencia personal de la autora en la peripecia de la niña. Johanna conoció en su vida ese mundo rural idílico en Hirzel, a los pies de un lago de Zurich, (llevado al cuento como las montañas cercanas a Maienfeld, en el distrito de Landquart, donde actualmente se puede visitar la llamada Casa de Heidi y sus paisajes), y el paso a un mundo ciudadano de Zurich al que nunca se adaptó (Francfort en el cuento, lugar donde Heidi experimenta la soledad y el rigor educativo). La evolución de una Johanna cada vez más alejada del mundo urbano nos dará la clave para valorar más su obra.

   El tercer elemento es el moral, ligado a la recuperación de la naturaleza como valor en sí mismo y portador de lecciones de conducta. Realmente, HeidiHeidi es un relato mucho más “moderno” en la actualidad que cuando fue escrito, pues entonces el mundo rural se ofrecía como un modelo rancio y residual frente a un modelo industrial más pujante y vanguardista. Hoy, en cambio, Heidi es una pica clavada en un mundo globalizado, urbano, cuadriculado, mercantilista y deshumanizado que pugna por recuperar un esquema de valores basado en principios ecológicos, cíclicos, familiares y, en definitiva, más interesados en la felicidad que en el progreso, una vez sembrada la duda de que no sean conceptos tan paralelos. Por eso Heidi encontró un hueco en nuestros corazones desde el primer momento, y aún tardará mucho en marcharse.