cinexinEl Cinexin, hace unas décadas, era de esos juguetes que todos los niños tenían o aspiraban a tener algún día, y del que muchas veces debían conformarse con verlo en el cumpleaños de un amiguito, o en el árbol de Navidad de unas primas. En ese sentido formaba parte de un grupo selecto junto a otros como el Scalextric, una bicicleta, una Nancy, un balón de reglamento…

   Aparte de la pura nostalgia que provoca este juguete en los ya adultos, hay una cuestión que nos debe inducir a reflexión pues el Cinexin no dejaba de ser un producto tecnológico. Es muy posible que muchos de los padres que hoy añoran el Cinexin se muestren disgustados por la afición de sus hijos por los videojuegos, el ocio cibernético y otros productos de tecnología media-alta, cuando lo cierto es que no hay tantas diferencias, salvando las distancias. Se dice que el Cinexin era creativo porque el niño podía dirigir la imagen; que era culto porque nos acercaba al arte cinematográfico; que era participativo pues normalmente se usaba en grupo; que era mágico pues nos transportaba a otros mundos con sus historias… Pues bien, yo me pregunto: ¿No podemos decir todo eso también de muchos videojuegos? ¿Por qué a aquél lo consideramos formativo y encantador, y a éstos no?

  Responder a esto necesitaría mucho super cinexinespacio, y que fueran otros (pedagogos, sociólogos, etc.,) quienes lo hicieran. Me limitaré a ofrecer algunas ideas para esa tormenta: 1) quizá habría que mirar con más interés alguna de esas creaciones actuales, pues a veces contienen verdaderas maravillas y los niños actuales no están tan faltos de juicio; 2) las cintas del Cinexin tenían unos contenidos cuya estética y cuya ética eran las deseadas por los padres de entonces, y 3) el Cinexin se veía muchas veces en familia, padres e hijos juntos, lo que no suele ocurrir hoy con otros juegos.

  Dejemos a otros que resuelvan estas dudas, y recordemos ahora algunas cosas sobre aquel “cine sin fin”, como decía su eslogan. El Cinexin apareció en España en 1971 de la mano de Exin, partiendo de modelos anteriores como el británico de Chad Valley o el estadounidense Easy-Show, de Kenner. Era una especie de pastilla grande de color naranja, con unos soportes algo endebles, funcionaba a pilas y tenía unas películas de 8 mm que se acoplaban y que podían manipularse. El anuncio que muchos recordarán decía: “Cinexin, el proyector de bobina continua: rápido, despacio, adelante, atrás, incluso para la imagen. Muchas y divertidas películas. Cinexin, el cien sin fin”. La misma caja servía de pantalla, lo que ofrecía a los niños la ilusión de tener su propia sala de proyecciones.

  En 1983 apareció el Super-Cinexin, con caja azul, más exposicionestable y sin soportes, las películas venían en casete cerrado y eran ya de super-8, lo que acercaba su tecnología a los famosos tomavistas de los años anteriores. A fines de los 90, el producto fue adquirido por la empresa Popular de Juguetes, que lo mantuvo hasta el 2007, y actualmente ha sido rescatado por otra entidad, Giro, con nuevo diseño, bombillas LED, chip de audio…

Sin embargo, por mucho que evolucione, es posible que el valor principal del Cinexin sea el de su conexión con una “época dorada”. Cuando uno rastrea sobre el caso, se encuentra con una 1ª Exposición Retrospectiva de Cinexin celebrada en Valencia en 2010, o con un “Informe Generación Cinexin”, o con ofertas de coleccionistas… A veces un juguete no es tan valioso por sus prestaciones objetivas sino por las sentimentales, lo cual –por cierto- no está nada mal como valor añadido.