Gerald DurrellFue un experto en literatura infantil quien me habló de Gerald Durrell. Su apellido me sonaba, pero era por Lawrence Durrell, autor de El cuarteto de Alejandría. Pues bien, resulta que Gerald era el hermano menor de aquél, mucho menos célebre pero igual de estimado por sus adeptos. Al poco entendí el por qué de su atractivo, sin poder precisar si son más interesantes sus libros llenos de humor o su propia vida.

  En las librerías pueden encontrarse fácilmente los tres títulos de la trilogía formada por Mi familia y otros animales, Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses. Son libros que cuentan cómo Gerald, siendo niño, descubrió las mil y una curiosidades de los seres vivos, insectos, aves, pececillos, flores, hierbas… Son libros altamente recomendables para niños que ya tengan capacidad para disfrutar de la ironía, las paradojas y los contrastes entre el mundo adulto y el infantil. Los jóvenes pueden sacar aún más partido a sus textos, pues ya saben apreciar el valor de una literatura mágica, algo que los más pequeños apenas pueden valorar pues ellos ya la llevan consigo.

  Gerald Durrell descubrió la naturaleza en Corfú, cuando a Durrelllos 10 años de edad fue a vivir a dicha isla griega con su madre, sus tres hermanos y su perro. Su padre había fallecido cuando vivían todos en la India (de la que el niño guardaba una visita a un zoo como primer recuerdo), lo que motivó el regreso a Europa de la familia. Corría el año 1935. En Mi familia y otros animales recrea Gerald sus sensaciones de aquel cambio de vida. En la isla, el niño –el menor de sus hermanos- se movía a sus anchas por el jardín de su casa, el campo, las playas, las calas marinas… Dejado a sus anchas y como un autodidacta, empezó a observar todo lo que se movía a su alrededor, desde las arañas a los delfines, las tijeretas, los cangrejos, todo fascinaba a aquel pequeño que disponía de un montón de horas al día y de un paisaje inacabable para sus pesquisas.

  En Corfú conoció el pequeño Gerald a un verdadero científico –Teodoro Stefanides- que le hizo de guía y supo encauzar toda la curiosidad de aquél. La lectura de ese primer libro es entrañable pues nos hace ver cómo un niño dejado a su intuición y a su curiosidad puede llegar en su instrucción más lejos que muchos y, sobre todo, ser más feliz. Son luminosas las descripciones que hace de su encuentro con los delfines, sus deducciones de crío sobre las arañas, los bailes de las luciérnagas flotando sobre las aguas… El libro está lleno de pensamiento mágico pues coloca en planos semejantes a humanos y animales, animales y plantas, intercambiando sus mi familia y otros animalespropiedades, sus conductas y hasta sus sentimientos. “Este jardín de casa de muñecas era un país encantado”, nos dice dando a entender que era capaz de maravillarse en lo que hallara en una baldosa; lo mismo nos sugiere al hablar del muro de su casa: “El muro ruinoso que rodeaba el jardín hundido contiguo a la casa era para mí un rico coto de caza”. Los mismos nombres de los capítulos son enternecedores: La villa color rosa, Un tesoro de arañas, Los cerros de las tortugas, Un festival de luciérnagas, El archipiélago encantado, Las flores parlantes, El lago de los lirios, Los campos de Ajedrez…

  Lo mejor de todo es conocer la historia del propio Durrell. En Corfú comenzó a hacer sus colecciones de insectos y “bichos raros”, sus álbumes y apuntes. Su amor por la naturaleza no cesó sino que se convirtió en su vocación. Desde muy joven se orientó hacia los animales en su cuidado y estudio. Fruto de todas sus reflexiones fue la convicción de que era preciso defender a muchas especies en peligro, que los zoológicos occidentales estaban mal planteados y que la relación con los animales debía revisarse.

  Se decidió entonces a fundar un zoológico propio, lo que hizo en la isla deDurrell Jersey en 1958. Para financiar sus actividades –y por consejo de su hermano escritor, Lawrence- escribió sus recuerdos de niñez sobre la naturaleza. Los libros fueron un éxito por su innegable frescura y su mezcla de inocencia y juicio. Sus ideas sobre conservación de especies crearon escuela y se mantienen actualmente. Gracias a la labor de Durrell y sus sucesores, se han salvado especies en peligro de extinción y se han reimplantado especies en sus hábitats propios. También se ha creado una corriente alternativa sobre los animales en cautividad, que sólo debería darse en beneficio del animal y no del espectáculo, y que debería orientarse desde la perspectiva del propio animal y no del humano. Esto último me recuerda al pasaje de Mi familia y otros animales cuando el niño, convertido en naturalista, observaba un refugio de araña escondida esperando a su presa y, en lugar de pensar como niño observante desde arriba, intentaba imaginarse qué pensaría la araña mientras esperaba bajo tierra notar el paso de su presa. Una maravilla de niño que nunca dejó de serlo.

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