Estamos ante un “juego sobre el juego”. Es decir, se parte de un juego o juguete conocido y se recrea alrededor del mismo una nueva historia (libro, película, etc.) que funciona como “guiño para inciados”, oculto para la mayoría.

Hay casos explícitos, como ocurre en la película Ciudadano Kane, en la que los personajes intentan descubrir qué quiso decir aquél al pronunciar la palabra “Rosebud”, resultando que era el nombre del trineo con que jugaba de niño. Otros son menos explícitos, como el de Blade Runner y la llamada “Partida Inmortal” del ajedrez.

La Partida Inmortal se jugó en Londres en 1851 entre Adolf Anderssen y Lionel Kieseritzky. Recibe este nombre, según criterio general, porque se sitúa en un plano excelso, casi sublime, gracias a la belleza de su planteamiento. Dicha belleza nace de una combinación de jugadas absolutamente arriesgadas, sacrificando piezas sin explicación aparente hasta que el desenlace final revela un planteamiento genial. Este tipo de partidas, donde la táctica y los efectos brillantes solían mandar más que la estrategia, fueron propias del siglo XIX y dieron lugar al llamado “ajedrez romántico”. Ciertamente lo es, alejado del juego más cerebral que ha dominado el siglo XX. Anderssen ganó su partida sacrificando dama, torres y alfil en un ataque suicida hasta dar un mate pasmoso, lo que le dio gran fama. Otros ajedrecistas (Mackenzie, Rubinstein…) han logrado resultados semejantes, y también a ellos se les aplica alguna que otra “partida inmortal”.

La relación de esta partida con el film Blade Runner (1982) roza también lo sublime, como la misma obra, cuyas propuestas en estética y pensamiento la han convertido en película “de culto” para muchos, más allá incluso que el relato de ciencia ficción del que procede (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K Dick, 1968).

La partida aparece en un momento de la película, cuando el androide replicante Roy Batty (Rutger Hauer) visita al humano Sebastian, quien a su vez mantiene a distancia una partida de ajedrez con el científico Dr. Eldon Tyrrell. Roy, observando el tablero, percibe que la partida puede tomar el curso de la inmortal, y aconseja a Sebastian (que juega con blancas) su siguiente movimiento. Gracias a ello, Sebastian se deja acompañar de Roy hasta la residencia de Tyrrell en la esperanza de que le siga aconsejando para ganar la partida. Roy accede, pues su verdadero interés era llegar hasta Tyrrell.

La clave está en quién es cada uno de ellos, algo que se aborda con mucho más detalle en la obra escrita. Roy es un producto artificial muy perfecto entre los Nexus-6. Tyrrell los creó para servir a los humanos, les dotó de poco tiempo de vida (unos cuatro años) y les privó de empatía, de sentimientos y de memoria. En La Tierra el clima es insano desde que la última Guerra Mundial Terminal dejó en suspensión un polvo radiactivo que deteriora con un envejecimiento prematuro a los habitantes como Sebastian, y del que se salvan únicamente los privilegiados que han podido emigrar a otras colonias del espacio, o los dirigentes como Tyrrell que permanecen en refugios secretos. El replicante Roy quiere localizar a Tyrrell para obtener información y a ser posible ayuda, pues una mutación de su configuración ha provocado que los Nexus-6 empiecen a desarrollar emociones, incluida la melancolía por no ser como los humanos, y la desazón por haber sido fabricados con una caducidad muy breve. Alguna de ellos, como Rachel, desarrolla incluso el amor hacia el humano que los persigue, Rick Deckard (Harrison Ford). El desenlace estará lleno de belleza, mostrándonos a unos replicantes que acaban pareciendo más humanos que éstos últimos; descubren que ni siquiera esos humanos pueden aspirar a la inmortalidad, y aprenden que también en un instante se puede concentrar toda la eternidad a través de la piedad, el perdón o el amor.

El que ese desenlace venga introducido por la “Partida Inmortal” del ajedrez es una verdadera genialidad.